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Vi algo extraño en la novia en la boda de mi mejor amiga: levantarle el vestido reveló un secreto impactante
Conocía a Malcolm desde que éramos niños y corríamos descalzos por el huerto de su abuela, con los dedos pegajosos de agarrar ciruelas y las rodillas raspadas de trepar vallas.
Crecimos, fuimos a la universidad, construimos nuestras carreras y, de alguna manera, volvimos a encontrarnos en la vida del otro una y otra vez.
Nuestra amistad era así: fluida y constante, inalterada por el paso del tiempo o los kilómetros que nos separaban.
Cuando Malcolm me contó la noticia de su inminente boda, me emocioné muchísimo. Solía decir que nunca se casaría, pero ahora por fin había encontrado a “la indicada”.
Su nombre era Aurelia y, a sus ojos, encarnaba calidez, inteligencia y un resplandor cautivador. Solo me había cruzado con ella dos veces antes del día de la boda:
un saludo rápido en una cena concurrida y una breve conversación después de la inauguración de una galería.
Parecía encantadora, aunque algo reservada. Nunca se demoraba, siempre tenía otro lugar al que ir. Pero Malcolm estaba cautivado, así que me apunté por completo.
La mañana de la boda, la iglesia estaba bañada por una suave luz de velas y se escuchaban conversaciones tranquilas. Orquídeas blancas decoraban los bancos, mientras un cuarteto de cuerdas tocaba una suave melodía.
Malcolm estaba de pie en el altar, sorprendentemente sereno. Tristan, su mejor amigo de la universidad, estaba a su lado. Habían sido inseparables desde su primer año en la universidad.
Me acomodé en mi asiento en la primera fila, percibiendo el delicioso bullicio de una celebración que estaba a punto de comenzar.
Un suave murmullo se extendió entre los invitados cuando el cuarteto de cuerdas cambió su melodía, anunciando la llegada de la novia. Todos se dieron la vuelta.
Aurelia estaba de pie al otro extremo del pasillo, luciendo un vestido que brillaba como la seda bajo la luz de la luna.
Su velo caía suavemente sobre su rostro y sus pasos eran pausados, elegantes a primera vista. Sin embargo, cuando la observé con más atención, había algo que parecía… extraño.
Se movía con una rigidez, una cautela que parecía casi antinatural. Mantenía los hombros apretados y sus pies apenas se veían debajo del dobladillo.
A veces parecía más como si se deslizara que caminara, como si sus zapatos apenas hicieran contacto con el suelo.