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Le compré café a un hombre sin hogar en su cumpleaños y horas después, fue mi compañero de asiento en primera clase
Si alguien hubiera dicho que una sola taza de café podría influir en mi futura vida familiar, habría pensado que estaba loco.
Pero eso fue antes de conocer a Kathy, antes de encontrarme en un avión, camino a conocer a sus padres y con la esperanza de obtener su aprobación.
Hace tres meses, Kathy y yo éramos simplemente desconocidos. Pero en el instante en que entró en mi vida, sentí que había descubierto algo verdaderamente especial.
Nuestro vínculo se profundizó a través de nuestra pasión compartida por el esquí, una intriga mutua por las novelas de ciencia ficción y la tranquilidad sin esfuerzo que nos envolvía cada noche, independientemente de lo desafiante que hubiera sido el día.
Proponerle matrimonio después de solo un mes parecía una locura para todos los que me rodeaban, pero para mí, parecía que estaba destinado a ser así. Mientras me dirigía a conocer a la persona que tenía más importancia en su vida: su padre, David.
Kathy me había advertido que él juzgaba con dureza el carácter de las personas, que no daba su aprobación con facilidad. Mencionó que la amaba profundamente y que haría todo lo posible para asegurarse de que ella fuera feliz.
Él sería muy serio y observador, y yo tendría sólo una oportunidad —sólo una— para demostrar que merecía a su hija. Eso fue suficiente para hacerme un nudo en el estómago.
Para aliviar mi ansiedad, llegué temprano al aeropuerto y encontré una pequeña cafetería al otro lado de la calle donde pude relajarme.
La cafetería estaba llena de vida, con el suave murmullo de las conversaciones matinales y el aroma tentador del café recién hecho. Tomé un sorbo de mi capuchino y me recordé a mí misma:
«Sé honesta, sé respetuosa y déjale ver tu verdadera identidad». El padre de Kathy no buscaba la perfección; solo quería algo real. Aun así, la idea me hacía sentir una opresión en el pecho.
Fue entonces cuando entró un hombre que me llamó la atención. Llevaba ropa muy gastada, con dobladillos deshilachados y un cuello que había visto tiempos mejores.
Su rostro estaba surcado por profundas arrugas, del tipo que surgen tras años de duro trabajo y decepciones. Cuando finalmente se acercó, su voz era suave, casi teñida de arrepentimiento.