.
En un pequeño pueblo del sur de México, vivía una joven llamada Ana. Estaba casada desde hacía cinco años y soñaba con formar una familia. Después de mucho esperar y rezar, finalmente quedó embarazada. Su familia estaba feliz, contando los días para la llegada del bebé.
Pero el día que debía ser el más feliz… se volvió el más doloroso.
Ana dio a luz a un niño sano, al que llamaron Mateo, que significa “regalo de Dios”. Pero minutos después del parto, su corazón dejó de latir. Los médicos lo intentaron todo… pero Ana no volvió.
La familia no sabía si llorar… o sonreír. Una vida se apagó… y otra acababa de comenzar.
El esposo de Ana, con el alma rota, dijo una frase que nadie en el pueblo olvidará jamás:
“Ana se fue, pero nos dejó su luz. Mateo no es solo un bebé. Es la prueba de que el amor sobrevive incluso a la muerte.”
Hoy Mateo tiene 8 años. Cada año, en su cumpleaños, encienden una vela blanca junto al pastel — en honor a Ana.
Él sabe que en cada paso, en cada sonrisa y en cada sueño… su mamá está con él, como un ángel que lo cuida desde el cielo.