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Para Will, el Día de la Carrera era una oportunidad de pasar más tiempo con su hijo Kevin y estrechar sus lazos. Sin embargo, cuando llegó a la escuela, se dio cuenta de que su hijo se avergonzaba de él.
El honrado trabajo de Will como conductor de un camión de basura no era suficiente para Kevin, así que decidió seguirle el juego a la mentira de su hijo.
A última hora de la tarde, el chirrido de la puerta principal al abrirse resonó en la silenciosa casa. Will entró, con los hombros caídos y las botas arrastrándose ligeramente por el suelo. Tenía la cara manchada de suciedad y un ligero olor a aceite y metal en la ropa.
Leslie, sentada en el sofá con un cesto de la ropa doblado a su lado, levantó la vista cuando él entró. Dejó la cesta a un lado y se acercó, con expresión tranquila pero cansada.
“Llegas tarde otra vez…”, dijo en voz baja, apartándose un mechón de pelo de la cara.
Will suspiró y dejó caer su bolsa de trabajo cerca de la puerta.
“Lo sé… lo siento. Uno de los camiones de la basura se averió, así que tuve que cubrir su ruta. No podía dejarlo sin resolver y… bueno, ya sabes… nos vendría bien el dinero extra”.
Leslie asintió, cruzándose de brazos.
“Lo comprendo. Pero me preocupa Kevin…”.
Will se enderezó ligeramente. “¿Qué le pasa? ¿Ha pasado algo en el colegio?”
“No, la escuela está bien”, respondió ella, sacudiendo la cabeza. “Pero ya apenas te ve. Trabajas mucho y no sé si entiende por qué”.
La expresión de Will se suavizó. “Hablaré con él. No te preocupes, Les. Todo lo que hago, lo hago por su futuro”.
Leslie sonrió suavemente y le puso una mano en el brazo. “Lo sé, querido. Lo sé”.
Will llamó suavemente a la puerta de Kevin, dejando que sus nudillos apenas golpearan la madera.
La casa estaba en silencio, salvo por el débil zumbido de la calefacción. Empujó la puerta lentamente, asomándose con una sonrisa juguetona a pesar de las pesadas ojeras.
“Hola, chiquillo. ¿Cómo estás?”, preguntó, con voz suave pero cálida.
Kevin estaba sentado en la cama con las piernas cruzadas y un libro en las manos, aunque no parecía que lo estuviera leyendo.
“Hola, papá. Estoy bien” -dijo sin levantar la vista.
“¿Aún no te has dormido? ¿Tienes unos minutos para charlar?” Will entró, con voz burlona pero amable.
“Claro…” Kevin dejó el libro de mala gana y miró a su padre.
Will se sentó en el borde de la cama, inclinándose hacia delante con los codos apoyados en las rodillas.
“¿Qué tal el colegio? ¿Va todo bien? ¿Ninguna pelea con tus compañeros ni nada?”.
Kevin se encogió de hombros. “Sí, va bien”.
Will enarcó una ceja. “¿Eso es todo? ¿Sólo eso? Vamos, puedes darme más que eso”.
Kevin sonrió un poco, pero se quedó callado.
“¡Oh!”, dijo Will, sentándose más erguido. “Casi lo olvido: ¡Mañana es el Día de la Carrera en tu colegio! Me tomaré el día libre para ir. No te preocupes, no me lo perderé”.
La cara de Kevin se desencajó ligeramente y apartó la mirada.
“No tienes por qué, papá…”, dijo en voz baja.
Will ladeó la cabeza, observando atentamente a su hijo.
“Quiero hacerlo”, dijo con firmeza. “No te preocupes. Siempre sacaré tiempo para ti. Ahora descansa, amigo. Mañana es un gran día”.
Kevin vaciló y luego murmuró: “Buenas noches”. Se puso de lado, de cara a la pared.
Will alargó la mano y le revolvió ligeramente el pelo antes de levantarse.
Se detuvo ante la puerta, miró a su hijo con una leve sonrisa y cerró la puerta en silencio.
A la mañana siguiente, la luz del sol entraba por el parabrisas mientras Will llevaba a Kevin al colegio. Will había cambiado su uniforme de trabajo habitual por un traje azul marino con corbata, una combinación que le resultaba extraña y rígida.
Kevin estaba sentado en silencio en el asiento del copiloto, con la cara vuelta hacia la ventanilla. Sus dedos jugueteaban con la correa de la mochila, y su parloteo habitual fue sustituido por una pesada quietud.
Will lo miró, el silencio era demasiado fuerte para ignorarlo. “¿Qué te pasa, pequeño?” -preguntó, manteniendo un tono ligero.
Kevin se encogió de hombros, pero no se apartó de la ventana.
“No me siento bien. Hoy no quiero ir al colegio” -murmuró.
Will frunció el ceño, con los ojos desviados entre la carretera y su hijo.
“Vamos, estás bien. ¿Estás nervioso por algo?”
“No…” respondió Kevin en voz baja, con la voz entrecortada.
Will no insistió.
“No te preocupes. Todo irá bien”, dijo, aunque no pudo evitar preguntarse si Kevin ocultaba algo.
Cuando llegaron al instituto, Kevin dudó antes de abrir la puerta.
Will esperó, con la mano apoyada en la palanca de cambios, observando cómo su hijo luchaba con alguna emoción no expresada.
Finalmente, Kevin suspiró, empujó la puerta y salió. Will lo siguió, con su preocupación persistente como una sombra.
Dentro de la clase, había filas de padres sentados en sillas plegables al fondo, mientras los niños se agrupaban en sus pupitres.
Will se sentó y se ajustó la corbata mientras observaba la clase. El ambiente bullía de charla y entusiasmo.
Un hombre alto con un traje caro se acercó a Will, ofreciéndole una sonrisa pulida. “Tú debes de ser el padre de Kevin, ¿verdad?”.
Will asintió. “Sí. ¿Cómo lo has sabido?”.
“Nuestros chicos son amigos. Tu hijo habla mucho de ti y de tu trabajo”, dijo el hombre, cruzándose de brazos.
“¿En serio?”, dijo Will, enarcando las cejas. “No creía que le interesara tanto lo que hago”.
El hombre se rió. “Pues está orgulloso de ti. Le ha dicho a todo el mundo que tienes un negocio de reciclaje de residuos”.
Will se quedó helado. “¿Un negocio de reciclaje?”, repitió, con las palabras atascadas en la garganta.
“¡Sí! ¿O lo he entendido mal?” El hombre ladeó la cabeza. “Los niños exageran a veces. Ya sabes cómo es”.
A Will se le apretó el estómago. No era propietario de un negocio: conducía un camión de la basura. Admitirlo ahora significaría desenmascarar la mentira de Kevin.
La imagen de la cara de angustia de su hijo pasó por su mente, y la idea de que Kevin fuera humillado delante de sus compañeros era demasiado para soportarlo.
“Sí”, dijo finalmente Will, forzando una sonrisa. “No estoy acostumbrado a que la gente lo sepa. Suelo mantener en privado las cosas del trabajo”.
El hombre asintió, aparentemente satisfecho, y se marchó.
Will sintió una gran pesadez en el pecho, pero trató de sacudírsela mientras el profesor se dirigía a la parte delantera de la sala.
“A continuación, vamos a escuchar al padre de Kevin”, anunció, haciéndole un gesto para que se acercara.
Will se levantó y se alisó el traje con nerviosismo mientras caminaba hacia el frente. Miró a Kevin, que estaba sentado rígidamente, con la mirada fija en su escritorio.
“Hola a todos. Soy Will, el padre de Kevin. Como algunos ya saben, tengo una empresa de reciclaje de residuos” -dijo, con voz firme a pesar del nudo que tenía en el estómago.
Kevin levantó la cabeza, con los ojos muy abiertos por el alivio. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro al mirar a su padre.
Los niños se inclinaron hacia delante, escuchando atentamente, y los padres asintieron con aprobación, excepto el hombre del traje caro, cuya expresión se agrió.
Will sonrió, sintiendo una mezcla de orgullo y tristeza. Por el momento, había protegido a Kevin, y eso era lo que más importaba.
Tras las presentaciones, el aula bullía de charla. Kevin estaba cerca de su pupitre, rodeado de un grupo de compañeros. Sonreían y charlaban animadamente.
“¡El trabajo de tu padre es genial!”, dijo un niño.
“Sí, ¿tener un negocio de reciclaje? Es impresionante”, añadió otro.
Kevin sonrió débilmente, pero sus ojos seguían desviándose hacia el fondo de la sala.
Will estaba sentado solo en un banco, con las manos apoyadas en las rodillas y la mirada fija en el suelo. Algo en su postura -una mezcla de agotamiento y silenciosa tristeza- hizo que Kevin sintiera una opresión en el pecho.
Apartándose del grupo, Kevin se acercó a su padre. Dudó un momento antes de hablar.
“Papá… sobre tu trabajo…”. La voz de Kevin era suave, casi insegura.
Will levantó la vista y sus ojos cansados se encontraron con los de su hijo.
“No pasa nada, hijo”, dijo con suavidad. “Espero que todo haya ido mejor de lo que esperabas. No quería avergonzarte delante de tus amigos. Siento que mi trabajo no sea… prestigioso. Lo hago lo mejor que puedo”.
Kevin negó rápidamente con la cabeza. “Papá… tu trabajo es impresionante. Eres increíble”.
Will enarcó una ceja y sus labios se curvaron en una leve sonrisa escéptica. “Entonces, ¿por qué le has dicho a todo el mundo que soy empresario?”.
Kevin bajó la mirada, jugueteando con la correa de la mochila.
“Fue Rob”, admitió en voz baja.
“Siempre está presumiendo de que su padre vende automóviles y de cuánto dinero gana. Yo… mentí. Le dije que tenías un negocio de reciclaje. Luego todo el mundo empezó a hablar de ello y no supe cómo retractarme. No quería parecer estúpido”.
Will asintió lentamente, con expresión pensativa.
“No pasa nada, hijo. Lo comprendo” -dijo al cabo de un momento-. “¿Y quién sabe? Quizá algún día haga realidad esa mentira. Quizá pueda montar mi propio negocio”.
Kevin miró fijamente a su padre, y su sentimiento de culpa dio paso a una repentina determinación. Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y caminó hacia la parte delantera de la clase.
“¡Escuchen todos!” La voz de Kevin sonó alta y clara. La charla cesó y todos los ojos se volvieron hacia él. A Will le dio un vuelco el corazón al ver a su hijo.
“¡Mi padre conduce un camión de la basura!”, anunció Kevin, con voz firme.
La sala se quedó en silencio. Los niños miraban fijamente a Kevin, algunos susurrando entre sí, otros con los ojos muy abiertos. Incluso los padres interrumpieron sus conversaciones.
Kevin enderezó la espalda y continuó, con voz firme.
“No es empresario, ni el más rico, ¡pero me da igual! Quiero a mi padre. Nos quiere a mi madre y a mí, y estoy orgulloso de él”.
Por un momento, la sala se quedó en silencio, y Kevin contuvo la respiración.
Entonces, uno de los padres aplaudió. Poco a poco, otros se unieron.
Pronto, la mayoría de los padres sonreían y aplaudían también, excepto el padre de Rob, que permanecía rígido, con el rostro amargado.
Kevin se volvió hacia su padre, radiante.
“Te quiero, papá. Y no me importa lo que piensen los demás”.
A Will se le hizo un nudo en la garganta y se le llenaron los ojos de lágrimas. Se levantó y abrazó a Kevin.
“Gracias, hijo. Yo también te quiero” -dijo, con la voz cargada de emoción.
En aquel momento, a Will no le importaban los títulos ni las apariencias.
El amor y el orgullo de su hijo eran más que suficientes.