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El 14 de junio de 2025, el USS Princeton, un titán de acero y símbolo del poder naval estadounidense, navegaba por el Mar del Sur de China bajo un cielo despejado. A las 09:23 horas, su radar SPY detectó una señal en el horizonte: un destructor chino Tipo 052D, conocido como Jon Chong, que se movía a 200 kilómetros de distancia.
Lo que comenzó como un aparente patrullaje de rutina rápidamente se transformó en un tenso duelo naval. De manera inesperada, el buque chino aceleró de 18 a 30 nudos. Minutos después, desde Pekín llegó la orden directa: “Intercepten a los americanos. Háganlos retroceder.”
Sin embargo, la maniobra china estaba destinada al fracaso. A bordo del Princeton, el oficial táctico de operaciones sabía que contaba con 122 celdas de lanzamiento vertical: suficiente poder de fuego para convertir cualquier amenaza en un ejemplo.
La tensión creció cuando el destructor chino se acercó a velocidad máxima. Sus misiles antibuque YJ-18 podían alcanzar al Princeton en menos de cuatro minutos. Pero los estadounidenses tenían la ventaja: sus interceptores SM-6 podían neutralizar los misiles antes de que representaran peligro.
Fue un juego mortal de estrategia y nervios, donde un solo error podría haber encendido una chispa capaz de teñir de rojo el Mar del Sur de China. Y esa mañana, quedó claro por qué desafiar a la Marina de Estados Unidos en aguas abiertas es tan arriesgado como jugar con granadas encendidas.