.
El mundo quedó consternado al conocerse la noticia de la muerte del papa Francisco, un líder admirado por su humildad y cercanía. Sin embargo, pocos saben que, tras su fallecimiento, se activaron una serie de rituales antiguos que incluyen un gesto tan llamativo como simbólico: el inmediato precintado de su apartamento. Esta acción, más allá de su aspecto ceremonial, tiene razones prácticas que se mantienen vigentes hasta hoy.
El pontífice, quien falleció a los 88 años víctima de un derrame cerebral, dejó un vacío profundo en millones de fieles alrededor del mundo. En medio del dolor, el Vaticano inició un protocolo meticuloso que respeta siglos de tradición. Apenas unas horas después del deceso, se difundieron las primeras imágenes oficiales donde se lo veía reposando en su ataúd, rodeado de guardias y miembros de su círculo más cercano. Vestido con ropajes rojos, símbolo del martirio y de la sangre de Cristo, sostenía entre sus manos un rosario, en una escena que reflejaba solemnidad y respeto.
Uno de los actos más inmediatos y menos conocidos por el público general fue el sellado de su residencia personal. Este procedimiento se llevó a cabo en presencia del vicecamerlengo, actualmente el arzobispo Ilson de Jesús Montanari, quien supervisó la colocación de un cordón de seda atado a la puerta, asegurado con un sello de cera. El objetivo de este gesto es impedir cualquier acceso no autorizado, garantizando que todo permanezca intacto hasta la elección de un nuevo papa.
Aunque pueda parecer un simple acto de protocolo, el sellado tiene un propósito muy concreto. Históricamente, se instauró como una manera de prevenir saqueos y proteger tanto los documentos como los objetos de valor que pudieran encontrarse en la habitación papal. Hoy en día, se busca sobre todo resguardar archivos sensibles y asegurar que ningún elemento sea retirado sin la autorización correspondiente. El responsable de esta tarea crucial es el camerlengo, en este caso el cardenal Kevin Farrell, quien también lidera el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida en el Vaticano.
Resulta curioso recordar que Francisco eligió vivir en un lugar bastante alejado de los lujos tradicionales: en lugar del histórico Palacio Apostólico, fijó su residencia en la Casa Santa Marta, una modesta casa de huéspedes dentro del Vaticano. Esta decisión estuvo en consonancia con su estilo de vida sencillo y su predilección por la cercanía con las personas comunes.
Además del precintado de su habitación, otro ritual de gran simbolismo es la destrucción del anillo del pescador, un objeto cargado de valor espiritual. Con un valor económico estimado en más de 500.000 dólares, el anillo representa mucho más que un lujo: simboliza la autoridad del papa en su misión pastoral. Siguiendo la tradición, el anillo debe ser destruido tras la muerte del pontífice para evitar su uso indebido, ya que en el pasado servía como sello oficial en documentos papales. El mismo camerlengo se encarga de esta tarea, bajo la supervisión del Colegio Cardenalicio.
La última voluntad del papa Francisco también fue respetada. El funeral, anunciado para el sábado 26 de abril a las 10 de la mañana en la Plaza de San Pedro, marcará el inicio de los homenajes públicos. Luego, su cuerpo será trasladado a la basílica de Santa María la Mayor, lugar elegido por él para su descanso final, en el tradicional barrio romano del Esquilino.
Cada detalle tras la muerte del papa Francisco, desde el sellado de su residencia hasta la destrucción del anillo, refleja una profunda combinación de tradición, respeto y protección de su legado. Una vez más, el Vaticano mostró cómo la historia y el presente se entrelazan en cada gesto de despedida a su máximo líder espiritual.